Mauricio Juárez.-
La reforma electoral que pretenden el presidente López Obrador y su partido, Morena, buscará no solo cambiar consejeros y magistrados electorales, también difuminar a la oposición para que haya solo un partido dominante a las órdenes del poder presidencial.
El rencor del mandatario en contra de esas dos instituciones viene de 2006, cuando, dice, le robaron la presidencia. El INE y el TEPJF confirmaron, entonces, el triunfo del panista Felipe Calderón.
Ahora con el poder presidencial en sus manos, López Obrador quiere autoridades electorales a modo para manipularlas a conveniencia de su movimiento.
¿Cuál es el verdadero interés del tabasqueño? Pueden ser dos: uno, apoyo para una eventual extensión de mandato, y dos, que su candidata o candidato no tengan problemas para alcanzar el triunfo en 2024.
No es verdad que López Obrador quiera autoridades electorales democráticas. Su anhelo es manejar a su antojo la elección e imponer a su sucesor(a).
Al más puro estilo de los regímenes autoritarios concentra todo el poder, por eso quiere deshacerse de los organismos autónomos, desprecia los contrapesos y quiere eliminarlos.
La nueva conformación de la Cámara de Diputados ocasionará más choques y confrontaciones, promovidas desde Palacio Nacional, porque tendrá que negociar para sacar adelante reformas constitucionales.
Una de ellas es la electoral. Para remover a los consejeros y magistrados electorales requiere las dos terceras partes de los votos en las Cámaras de Diputados y Senadores. No lo tiene.

¿Qué hará? Seguir denostándolos desde sus conferencias matutinas con el coro de zalameros que solo pueden repetir en el Congreso y en espacios públicos lo que él dice en Palacio Nacional.
La polarización en el país continuará, pues López Obrador es un personaje caprichoso y si no se hacen las cosas como dice y quiere ataca a personas e instituciones.
Va por los órganos electorales con una reforma a modo que, sin embargo, no pasará la aduana del Congreso si no hace dos cosas: adaptarla a lo posible y negociar con la oposición.
Si se niega, esa propuesta que enviará nacerá muerta, lo cual se convertiría en una derrota dolorosa para el presidente.
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