Nav Melech.-
– Ella, realmente me quería.- Es lo que pienso durante mi caminar por los pasillos sucios de esta vieja casa que huele a humo y memorias falsas. También tengo la idea de que cada día estoy más viejo; dos canas nuevas se perciben en el espejo del baño, después encuentro tres líneas en mi frente reseca, reflejadas en el espejo de la entrada. Estas hermosas canas no acarician la imagen que muchos tienen de mí. Me llega el tercer pensamiento de que tengo que volver al teatro; posiblemente mis conocidos esperan que vuelva al arte y nunca salga de ahí, donde ellos siempre me vieron, y donde nunca esperaron más de mí. Tocan a la puerta, sé que son los militares. Tengo un poco de tiempo para imaginar a una joven hermosa que toma su café frente a mí. Tiran la puerta de golpe y todo termina.
– Ella, sí me quería.- Vuelvo a pensar mientras acomodo a todas las nuevas criaturas que han llegado a casa. El estudio se llena de pequeños perritos que los han traído varias personas distintas del país; es una forma de regalo para el escritor que vive solo en el pueblo, aquel poeta que vivió la guerra y se quedó a contar los cuerpos de sus ausentes vecinos. Comienzo a contar a todos los perritos; todos están acostados sobre una cama grande en el suelo, todos y cada uno tienen los ojos cerrados, buscan con la boca la teta o el alimento más cercano a ellos. No sé qué hacer con todas estas criaturas, pero algo en mí me reconforta al imaginar que mañana estarán bien, y que seguiremos juntos.
– Ella, me quería.- Pienso mientras fumo lentamente. La vida es eterna en cinco minutos. Todos salen corriendo de casa. Los militares han venido a violentar la paz de las familias. Corren por las avenidas ensangrentadas. Una mujer decide no recurrir al miedo provocado por los fusiles apuntando a su rostro; sus hijos salen a rescatarla, ella recibe el miedo de frente, lo que pasó después me rompió el corazón. El pueblo quedó destrozado. Ya nadie recuerda lo hermoso que fue Huatenque. Pasaron los años y nadie quiere volver a regar las plantas de sus difuntos. Me quedé solo entre casquillos y montañas de cuerpos. Años después vino el gobierno sucesor a expresar su dolor y sus disculpas huecas; a dos cuadras del mitin decidí poner una bomba. Me arrestaron dos militares y me encerraron en un libro de historia.
– Ella, me quería mucho.- Pienso mientras termino de dar una clase de álgebra. Uno de mis alumnos preferidos quiere irse a la guerra con su hermano. Por más que intento que se quede conmigo a contar las series infinitas, él quiere conocer el sabor de la sangre; y todo por un tonto ideal nacionalista apoyado por decenas de voces, como la del imbécil de su tío, que es comandante del sector de nuestro pueblo. Decido reprobarlo, para que solo así se quede un tiempo más con nosotros en el salón, y nunca tome las armas y nunca volvamos a verlo; porque solo yo sé que volveré a verlo, al menos su nombre, en la sección de los desaparecidos del gobierno asesino. Aprobó la materia con diez, no había manera de cambiar su nota, ni todas sus semanas de esfuerzo. Al instante que recibió su calificación salió corriendo a casa de su tío. Se enlistó esa misma tarde. Dos años después volvió para disculparse, porque tenía órdenes de sacar a todos de la escuela, querían convertirla en un cuartel. Intenté convencerlo de que volviera a casa; mi esposa y yo habríamos de ayudarlo para que él estudiara lo que siempre quiso: pintura. Él se negó, estaba seguro de lo que quería hacer. No le permití que abriera la puerta. Disparó al suelo dos veces, con lágrimas en los ojos encañonó el arma a mi rostro, comenzó a gritarme series y fórmulas numéricas, sentí la bala en el pecho, como un cristal que cae estrepitosamente sobre el cuerpo y se encarna en la piel desnuda. Todos salieron corriendo del salón. Emilio, mi alumno favorito terminó el teorema del pizarrón. En cuanto a mi cuerpo, dejó que el fuego hiciera conmigo canciones.
– Ella, tal vez me quería.- Pienso mientras trato de hacer sonar mi voz entre los mejores poetas del país. Algunos dudan en mantener la mirada en mí, otros simplemente se ríen de mis intentos por alzar la voz. Pienso que todos son unos idiotas, o tal vez, la verdad yo no sea digno de ellos. Lo cual me hace dudar de mi persona. Han pasado muchos años desde que no me sentía tan pequeño como en este momento. Era un poema en tratamiento, nunca lo había sacado de casa; y estos imbéciles no saben lo que es el trabajo, la mayoría de ellos reciben sus textos e ideas de aquellos estudiantes a los cuales les roban su juventud y sus grandes sueños. Gritando logro percibir pocas miradas, para mí fue suficiente. Mando a la chingada a todos los demás, no tengo que seguir rindiendo pleitesía a toda esta bola de imbéciles. Nadie me aplaudió, por supuesto, porque la verdad es que el poema que llevaba era malísimo. Al leerlo con calma me dí cuenta que nunca sería un gran poeta, y que solo pasaré a la historia como un resentido que medio sabe escribir. Regresé a mi pueblo para dar clases de álgebra, ahí siempre me sentí querido, abandoné para siempre el teatro y mis poemas.
– Hubo días en los que ella no me quiso tanto.- Es lo que susurro antes de dormir. Dos segundos después llega a mí otro pensamiento; los gatos tienen que ser súmamente queridos, y tarde o temprano, ese cariño se verá representado en la punta de sus bigotes al acariciarse entre nuestras piernas. Una mirada amorosa de un gato tiene que ser ganada con mucho esfuerzo. Su amor no está dado por arte de magia, sino que conlleva mucho cariño y atención. Es por eso que le platico historias a mis gatos antes de dormir. Ellos fingen escucharme y yo finjo que no los amo con locura. Al final de la noche ellos se acuestan sobre mi sueños y nos vamos juntos a donde nacen las nubes; directo a una fábrica enorme, detrás de las grandes montañas, donde las nubes salen en fila y por estaturas.
– Ella nunca me quiso. – Voy gritando mientras los militares me sacan a golpes de casa. Uno de ellos va riendo, destruyendo mi hogar, mis plantas y mis libros. Grito para silenciar mis pensamientos, cuando ella realmente me quería; cuando descubrí que sí me quería en las noches y en los días; después cuando nos casamos y ella solo me quería a mí, con mis pecados y mis bellezas; después me dí cuenta de que me quería mucho, tanto que dejé de escribir poemas con su nombre; al final, me dí cuenta de que tal vez me quiso, tal vez me sonrió para no lastimar mis emociones; y en los últimos días, descubrí que no me quiso tanto, nunca guardó mis cartas ni canciones, nunca lloró con mi ausencia, nunca esperó junto a la puerta a mi llegada; y al final de la historia me dí cuenta de que nunca me quiso; ella se levantó de su mesa, pagó su café con leche, y se alejó para siempre del cuento.
Tuve que quedarme media hora más en el café para escribir una historia. El relato de un maestro que nunca fue poeta, y que vivió una guerra inexistente, con alumnos inventados; todo esto para que ella se quedara conmigo en un rincón hermoso de mi mente; o tal vez y solo tal vez, para que este cuento verdadero se quedara a dormir por siempre en un rincón diminuto de la escuela secundaria ‘Niños Héroes 1946’, del pueblo de Huatenque, Guerrero; donde terminé dando clases de álgebra, y donde terminó la guerra, donde me decidí a dejar de escribir y actuar para siempre, y todo esto para quedarme soñando con ella.
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