Nadía Soledad

Nav Melech.-

Nadía Soledad estuvo enamorada por diez años del aburrido Demóstenes Falcao. Él era tan detestable en las conversaciones que recordarlo me genera un dolor inmenso en el fondo del estómago. Demóstenes únicamente compartía con nosotros sus ideas banales sobre los paraguas de colores y sus apreciaciones incultas sobre los cuadros de Riquelme; en los cuales únicamente se retrataba un volcán a punto de explotar. Un día le hice enojar tanto a Demóstenes diciéndole que ese volcán que tanto apreciaba, era la metáfora de lo que nunca sería él; por su incapacidad de ser alguien en la vida, de su somnolencia como individuo, y además su apatía política evitarían que pasara la historia como una persona interesante o como un volcán en erupción. En otras palabras quise decirle que él era una persona sin carácter y no más que un pobre don nadie. Pero Nadía amó tanto a Demóstenes que lo escuchó con tanta paciencia explicar sobre sus sombrillas inusuales y antinaturales, y cómo el volcán le significaba la viva imagen de madre que vivió sin marido y con un trabajo de tiempo completo. 

Nadía tenía demasiados talentos, pero para mí el más sobresaliente era su habilidad para beber por largas horas de la noche y nunca retirarse los tacones de casi quince centímetros. Ella tan hermosa, pasó a la historia como una una bebedora de porto orgullosa, audaz, elocuente, con brazos altos y tan delgados que parecían ramas de árboles frondosos. Ah, pero eso sí: siempre con las uñas sucias. Además, nosotros sus amigos, siempre la vimos como una de las mejores banqueras de la sección sur del Banco Estatal; no solo por su cualidad de contar rápido y de no cometer errores en su contabilidad al fin de mes, sino por su calidad humana que resaltaba como faro entre el mar de tantos hipócritas y desfalcadores. Una vez, incluso Nadía ayudó a un pajarito azul a recuperarse de un accidente de vuelo. Ese es el tipo de mujer que era.

El veinte de enero Nadía se acercó a la ventana y reflexionó sobre su entorno montañoso. En esos años lo único que teníamos a la vista era el complejo habitacional en donde todos vivíamos apretados, y a la izquierda estaba la carretera en dirección a un lugar completamente desconocido. Esa tarde el granizo golpeaba fuertemente el cristal. Sus ojos verdes sintieron la necesidad de huir.

Entonces vio algo a lo lejos, o mejor dicho, a alguien. Era la figura de Georgina Gallardo. Georgina era más dulce que Nadía, enorme, bellísima, de ojos azules y un cabello más negro que la noche, con brazos rechonchos y uñas de los pies igual de descuidadas que las de Nadía.

Nadía tragó saliva. No estaba preparada para la visita de Georgina. Y bueno, nadie estaba listo para ella. Su voz fuerte retumbaba más que cualquier otro temblor que hayamos tenido en muchos años. Su mirada penetraba en todos los rincones de nuestra alma y hogares. No había nada que se le saliera de su atención. Además tenía la manía de escupir los primeros tragos de café o agua que se le ofrecieran al llegar.

Cuando Nadía salió y Georgina se le acercó, pudo ver el brillo fresco en sus ojos. Eso la calmó por un momento. Sintió que Georgina estaba vulnerable, lo cual la hizo sentirse por primera y última vez superior a ella. Le estiró el brazo, como ella siempre lo hacía. Georgina se enroscó entre sus brazos largos y encaminó sus labios para besar tajantemente las mejillas de Nadía. 

«Estoy aquí porque quiero y necesito una solución, una respuesta», exclamó Georgina, en un tono cariñoso y al mismo tiempo imponente que hizo volar a todos los pájaros del árbol del patio. Georgina golpeó su puño contra el pecho de Nadine, con la fuerza de 412 perros bravos. «Te amo insuperablemente, Nadía Soledad, pero esto no va a terminar bien.».

Nadía miró hacia atrás, aún más sorprendida y todavía tratando de recuperar su equilibrio. «Georgina, yo también te amo», respondió ella. Mintió por un momento pero la suavidad en los ojos de Georgina hicieron consuelo en los de Nadía, así que dijo lo que ella quería escuchar en ese momento. 

Se miraron ambas con sentimientos placenteros, como dos gatos que saltan coordinadamente por los techos del pueblo y en sus aires se enfrentan contra la gravedad, saltando sobre las cabezas y los hogares de decenas de personas, espacios con música clásica de fondo y con dos ancianos valientes charlando al compás de sus corazones y jugando dominó en la esquina de una avenida amarilla.

De repente, Georgina se abalanzó e intentó golpear a Nadía en la cara. Rápidamente, Nadía agarró un palo de escoba y lo descargó sobre el cráneo de Georgina. Todos los vecinos se asomaron instantáneamente a sus ventanas. Algunos valientes se atrevieron a salir de sus casas.

Los brazos rechonchos de Georgina temblaban y las uñas de sus pies descuidados temblaban al ritmo de los últimos latidos de su corazón. Parecía que su cuerpo en carne viva estaba a punto de estallar como el volcán de Riquelme. Al poco tiempo llegó a su asistencia el nefasto de Demóstenes. Trató de tranquilizar lo ocurrido. Él se encontraba en medio de dos partículas a punto de colisionar y provocar el estallido de una bomba atómica. 

Luego Georgina dejó escapar un gemido agonizante y se derrumbó en el suelo. Demóstenes saltó para brindarle aire, pero fue demasiado tarde. Georgina Gallardo estaba muerta. Tanto Demóstenes como un par de vecinos intentaron levantarla y llevar al hospital más cercano. Demóstenes esperó que Nadía lo acompañara, ambos se miraron por varios segundos, esperando la respuesta del otro, no ocurrió nada. 

Nadía Soldad volvió a entrar a su departamento y se preparó una buena copa de vino. Por la tarde recordó los ojos vulnerables de Georgina, sonrió como una niña que esconde chocolates de la autoridad de sus padres y los come en secreto. Nadía venció con un solo golpe a Georgina y todo había terminado, pero un pensamiento recorrió fríamente su cuerpo, Nadía corría peligro. Continuó tomando hasta que no dudó en tomar sus maletas y salir huyendo. Si alguno de los vecinos o conocidos descubría la razón del conflicto de Georgina la vida de Nadía estaba terminada, todo lo que había construído se iría a la basura. Nadía dejó el amor de su vida atrás y huyó del pueblo. Lo que le hizo a Georgina no tenía perdón en esta vida ni en ninguna.

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