Cascajo y cascarón

Rodolfo Higareda.-

Conozco al PRI por dentro y por fuera, he trabajado con sus figuras y también he padecido sus desfiguros.  Finalmente fui su candidato en dos ocasiones, coordiné la campaña al Senado en la capital del país y fui su representante ante el Consejo Local del INE.  Por ende, me son muy familiares sus cuadros y bases; sobre todo en la Ciudad de México.  Mi relación con el priismo es de larga data, la primera campaña donde participé fue la de don Fernando Solana Morales, en aquel trágico 1994.  Mi función era muy sencilla, pero así se empieza… desde abajo.  Me tocaba tapizar la ciudad de carteles, con brocha en mano y engrudo.

Viví brevemente el auge del partido y desde luego fui testigo de su estrepitosa caída en desgracia; hasta verlo hoy día convertido en un cascarón hueco…sin sustancia.  Su acabose dio inicio en 1997 en el entonces Distrito Federal; cuando la dupla Zedillo-Espinosa Villareal lo entregaron todo ante un muy joven PRD.   Para mi infortunio, cuando gané mi lugar para competir por un puesto de elección en el 2009, el partido del sol azteca ya dominaba por completo la ciudad a base de programas sociales clientelares y mucha, mucha corrupción (bajo el liderazgo moral del Rey del Cash y su prestanombres en la capital, Marcelo Ebrard).

Pero el PRI en realidad nunca quiso recuperar el Antiguo Palacio del Ayuntamiento; porque sus liderazgos ya se habían acomodado con esa izquierda clientelar y estaban conformes con las migajas que les arrojaban.  Basta con ver que a mi campaña para Delegado (hoy Alcalde) me asignaron la fabulosa cantidad de un millón doscientos mil pesos que por ley correspondían; y el partido me apoyó solamente con cien mil pesos más.  En contraste, mi oponente tenían las arcas llenas; y encima el PAN no quiso, bajo ninguna circunstancia, hacer alianza alguna (todos perdimos).  En un cálculo que hicimos en aquella época, estimamos no menos de veinte millones de pesos los que el PRD y el gobierno central y local le inyectaron al proceso para retener el poder en Álvaro Obregón (y así en todas las demarcaciones).

Pero bueno, la cosa es que a mi ya me tocó remar en un barco desfondado. Para entonces, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre era la segunda figura más importante del partido en la ciudad, y con eso lo he dicho todo.  Pocos años después, este personaje se hizo del control absoluto; y aún hoy, preso en el penal de Almoloya, lo sigue manejando.  Las razones de la debacle del PRI CDMX son muchas, pero las principales fueron el descrédito, la indolencia, la corrupción y la frivolidad de muchos de sus liderazgos; así como el drenaje firme y constante que la izquierda le aplicó para secarlo de militantes y simpatizantes (primero los amarillos y después los morenos).

Y yo lo advertí ya hace mucho tiempo… que el PRI nacional correría con la misma suerte que el de la CDMX en cuanto López Obrador alcanzara la presidencia; y no me equivoqué.  Hoy su Comité Ejecutivo Nacional está encabezado por un tipo de un corte muy similar al líder de los pepenadores de basura.  Un campechano que no le hace ningún honor a distinguidos priistas de esa hermosa tierra, como don Rafael Rodríguez Barrera (quien por cierto “apadrinó” mi primera campaña).  Están perdidos entre Manlio, el chino Chong, los Murat y los Moreira. Y encima cargan con el desprestigio de Peña, Borge, los dos Duarte, Montiel y demás personajes que han acabado en el autoexilio o en prisión.

A propósito de todo esto, su reciente evento llamado Diálogos por México no deja de darme una enorme tristeza.  Veo a figuras muy respetables como Beatriz Paredes, Claudia Ruiz Massieu o Enrique De la Madrid levantar la mano para ser candidatos a la presidencia.  Entiendo que aunque no tengan oportunidad alguna de éxito, lo tienen que hacer para no dejarle el camino libre a los quintacolumnistas que trabajan para López Obrador; encabezados por el infame Alito y su compadre el oaxaqueño Murat.   Pero las salidas están casi cerradas y las opciones son pocas.  A estas alturas, lo único que les queda a estos priistas distinguidos es tratar de recuperar la dirigencia de su partido y transformarlo por completo: Nombre, ideario y estatutos.  El huevo vacío, así como está, ya no sirve ni para rellenarlo de confeti.

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