A sangre y fuego

Rodolfo Higareda.-

La semana pasada en una reunión espléndida de análisis político, me preguntaron mis colegas si el famoso libro El Rey del Cash, le haría algún daño al presidente López.  Como respuesta hice la siguiente analogía: Imaginen a un futbolista que está completamente solo en la cancha, sin rival alguno, aunque con la tribuna repleta y dividida.  De un lado están sus porristas, que no paran de aplaudirle y de festejarle todo; y del otro los que le gritan cualquier tipo de improperios, comunes en un estadio.  El tipo empieza a jugar, subiendo y bajando por el campo sin mayor dificultad.  Desde luego comienza a meter un montón de goles, porque la portería está vacía y no hay defensas que se le pongan enfrente.  Pero bueno, después de jugar en solitario por cuarenta y cinco minutos, se empieza a cansar, máxime que ya está bastante veterano.  Ya casi por finalizar el primer el tiempo dan inicio los desfiguros, se tropieza constantemente y falla sin excusa alguna los tiros a gol; además de que solito se lesiona un tobillo.  Los hinchas contrarios se apasionan aún más y proceden a arrojarle de todo, incluso vasos con agua de riñón.

Evidentemente nuestro hipotético futbolista empieza a sentirse abrumado; aunque su soberbia le haga seguir aplaudiéndose a sí mismo, aún ante sus groseras fallas en el área chica.  La barra de su equipo, una bola de pelafustanes resentidos, a falta de argumentos deportivos agreden a los contrarios.  Se arma la trifulca, pero la guardia del estadio está siempre del lado de nuestro solitario atleta no keniano.

Ya a punto de iniciar la parte complementaria, y frente a la inminente llegada tardía del equipo rival, a nuestro crack se le ocurre una idea genial: Cambiar las reglas del juego.  ¡Sí señor! Decide que el arbitro sea su director técnico; y que la federación acuse a sus oponentes de lo que sea para inhabilitarlos.  Total, aunque lo insulten con el grito homofóbico en cada despeje, el seguirá jugando y le entregará el banderín de capitán a quien le de su gana; probablemente a una porrista nada agraciada pero leal.

Conclusión: Por supuesto que le afectó el libro, pero sigue teniendo el control. Él sabe que sus quince millones de votos duros no leerán el texto de Elena Chávez; y si lo hacen lo van a descalificar.  Lo que le preocupa son los otros quince millones de incautos, la mayoría de clase media, que le dieron su voto y que sí van a verse influenciados por la dichosa obra.  Por eso quiere cambiar las reglas de nuestra democracia; y si me apuran, estaría dispuesto a mover a Bartlett de la CFE para ponerlo al frente de su nuevo instituto nacional de elecciones y payasadas.

No las trae todas consigo, porque además de su precaria salud, sabe que si México fuera un país plenamente democrático no ganaría ni en broma. Cero resultados y propaganda pura es lo que hasta ahora nos ha recetado.  Por ello echará mano de todo tipo de trampas, de sus amigos del narco, sus otros cuates de la milicia y de todo el presupuesto público para retener la presidencia a sangre y fuego.

@RudyCoen

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