Rodolfo Higareda.-
Los días viviendo bajo el régimen de López Obrador transcurren lentos y con cada una de sus ocurrencias o desastres semanales se hacen agotadores. Al país lo tiene en llamas literalmente, pero él prefiere hablar de su popularidad. Y lo peor del caso es que efectivamente la mitad del país le aplaude, le admira, le quiere. Y es que el presidente es un hombre inteligente, limitado intelectualmente, pero eso no le puede importar menos porque posee cualidades que le permiten sentir y mimetizarse con esa enorme franja de la población que le adora.
Sabe perfectamente cómo viven los pobres, como hablan, como piensan. No que él lo sea también, por supuesto que no, ya que es quizás uno de los hombres más ricos de México; pero ha hecho mucha calle y mucho campo desde su juventud. Desde entonces habrá escuchando a miles de personas que le ayudaron a alimentar su narrativa y esa visión simple y pragmática de la vida cotidiana y sus problemas.
Y es que en los barrios de todo el país, los pobres han lidiado siempre con la violencia, con infraestructura urbana de pésima calidad, con servicios de transporte disfuncionales e inseguros, con escuelas en pésimas condiciones, con una calidad educativa lamentable… con servicios de salud muy distantes a los de Dinamarca. Y así puedo seguir enumerando las grandes deudas sociales que hemos venido acumulando durante siglos.
Recuerdo en la campaña política que encabecé hace algunos años, haber estado en un asentamiento urbano irregular en Álvaro Obregón. Eran casuchas de lámina construidas a cada lado de las vías del antiguo tren a Cuernavaca. Toqué en una puerta y me abrió una señora, con quien sostuve más o menos el siguiente diálogo:
—¿Qué quiere? —Me dijo.
—Hola, soy el candidato a jefe delegacional y quería… —Me interrumpió bruscamente…
—¿Sabe usted cuántos candidatos han pasado por aquí? Mire, como puede ver yo soy pobre, mi madre fue pobre, mi abuela fue pobre, mis hijos son pobres y mis nietos serán pobres; así que váyase con sus promesas a chingar a su madre.

Me cerró la puerta en las narices y me dejó marcado para siempre. Es la mentada de madre más aleccionadora que he recibido; corría el año de 2009 y pegada en la vivienda había una calcomanía que ponía: “Esta casa es beneficiaria de los programas sociales del gobierno del Distrito Federal”.
Por eso López se maneja así, echando mano de la llamada “sabiduría popular”, que desde luego es absolutamente irrelevante para la configuración de políticas públicas, pero muy efectiva para ganar adeptos y votos.
Al pueblo no le da soluciones, pero le reparte dinero cada mes. Además, a la gente le llena los oídos con el eco de resentimientos acumulados; y en la mesa pone algo de comida gratis, lo que siempre se agradece. Es una máquina electoral de movimiento perpetuo que caminará así hasta en tanto llegue otro maquinista con menos talento para descarrilarla. La oposición entre tanto, no está haciendo mucho para frenar su marcha.
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