Jorge Ortega.-
Hace unas cuantas semanas recordé mis viajes adolescentes. En un lapso de flojera por cargar dos litros de refresco y apuro por la lluvia incipiente, opté por abordar, junto con un buen amigo, aquel vehículo que fuera mi principal medio de trasporte casi una década atrás… una pecera. “Son cinco” – me indico el conductor al abordar y comentarle hacia donde nos dirigíamos. Del bolsillo pequeño del pantalón saqué una moneda de diez pesos, cubriendo en viaje de mi Sancho Panza y el propio. Nos trasladamos al fondo del vehículo, recorriendo el estrecho pasillo y pese a que la mayoría de los asientos se encontraban desocupados, optamos por permanecer erguidos. Con el accionar del acelerador nos vimos forzados a sujetarnos del pasamanos y transcurridas dos cuadras presioné el botón que indicaba el arribo a nuestro destino. Un ligero traspié al momento del frenado y descendimos de aquella unidad. Ambos sorprendidos por lo económico que había resultado el traslado, en especial comparado con los elevados costos que enfrentamos previamente en la tienda de autoservicio. De reojo pude apreciar el clásico cartel que marcaba los puntos de interés a los que se dirigía, algunos se encontraban a más de diez kilómetros de distancia de donde estábamos. Todo por cinco pesos.
Les cuento esta corta y poco emocionante anécdota que me vino a la mente el miércoles, cuando navegando las interminables desprolijidades expresadas en Twitter me encontré con una nota. No la recuerdo con exactitud, pero en ella se anunciaba la manifestación donde los miembros transportistas exigirían el aumento de las tarifas por su servicio, el próximo 2 de junio. No pude evitar el recuerdo, haberle entregado tan solo diez pesos al conductor con un largo camino por delante, se sintió como haberle estafado. En el momento lo comparé con el costo de la última vez que cargué gasolina, un par de días atrás, $23.19 por litro. Una diferencia impresionante, considerando los costos del estacionamiento, seguro, tenencia y verificación que implican conducir un automóvil propio en la capital.
El jueves por la mañana, mientras realizaba mi ejercicio masoquista favorito, navegaba por el funesto timeline de la red social cuando un video de la regente de la CDMX, la Dra. Claudia Sheinbaum, llamó mi atención. Como se esperaba, los transportistas se manifestaron desde las 7 a.m. tomando vías de importancia para el tránsito de la ciudad. En su comunicado comentó no estar dispuesta a ceder el aumento en las tarifas, acusando el incumplimiento de acuerdos previos por parte de los transportistas, me molesté. ¿Cómo era posible? En efecto, las tarifas son muy bajas – pensé – podrían aumentar, merecemos un mejor transporte y una tarifa justa para quienes proporcionan el servicio.

No me detuve a analizar lo que por mi mente estaba pasando; caí en el egoísmo, el solo ser capaz de visibilizar mi experiencia. Por supuesto que yo pagaría los tres o los cinco pesos de más que exigen, pero para la mayoría de la población sería un incremento a su gasto y una merma a su presupuesto que ya, de por sí, es limitado.
Quizá algunos lo vean al igual que yo lo vi “solo son tres pesos”, pero algunos verán un kilo menos de tortilla, un par de huevos menos en el desayuno, o quizá un litro de leche que hará falta en el refrigerador. Desafortunadamente para muchos no son solo tres pesos.
No es de envidiarse la encrucijada actual de la jefa de gobierno. Jugará un papel importante la audacia y el ingenio que demuestre ella y su equipo en las negociaciones ante el gremio. Durante las próximas semanas se esperan reuniones y mesas de diálogo. Habrá que estar al pendiente, pues está en juego la economía de muchas familias y con ello las aspiraciones presidenciales que pueda tener la doctora Sheinbaum.
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