Julián Andrade.-
Estar preparados, esa parece ser la consigna ante la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el próximo 20 de enero.
Las preocupaciones son globales, porque muchas de las premisas y de las alianzas pueden estallar por los aires.
Hay dos puntos geográficos que resentirán, con mayor fuerza, el retorno del magnate al poder: Ucrania y México.
En el primer caso porque es probable que los apoyos al gobierno de Kiev se reduzcan o desaparezcan para provocar una rendición o un acuerdo con Moscú.
Para el próximo presidente de los Estados Unidos no aplican preocupaciones respecto a la estabilidad en Europa y mucho menos a lo que la crisis puede significar para la democracia.

Esto ya estaba claro en el primer mandato, pero ahora cobra un relieve mucho mayor, porque Trump y su equipo aprendieron de la experiencia y están determinados para actuar con velocidad.
Hay que aceptarlo, en esta ocasión las sorpresas estarán en el nivel de los daños y no en que los causará, porque lo hará. Además, es inútil engañarse, los ciudadanos supieron con claridad lo que estaban eligiendo y bajo una agenda específica, lo que dotará de respaldo a las políticas y decisiones más inusitadas.
El otro, es el que compete a nuestro país y que irá calibrado la intensidad cuando inicien las deportaciones de migrantes y en el momento en que las expectativas sobre la seguridad, en temas como el fentanilo, tengan que pasar a los hechos concretos.
La deportación masiva encara dificultades operativas, pero Trump y el relato que pretende establecer requieren de medidas que generen expectación.
Será un drama. Tan solo los amagos son ya un trago amargo para los miles y miles de paisanos que tendrán que vivir con angustias aún superiores a las que tradicionalmente padecen.
Otro aspecto, que no hay que menospreciar, es que el proviene del carácter xenófobo que cobija a los anuncios de Trump. Esto se apreció, inclusive, ante las primeras reacciones al atentado terrorista en Nuevo Orleans, al tratar de extenderlo a un problema de apertura en las fronteras, cuando en realidad se trata de terrorismo doméstico, más allá de las ligas que puede existir con las premisas oscuras y siniestras del Estado Islámico.
Por desgracia, en el revoltijo discursivo de Trump, todo encaja para activar teorías conspirativas y para que ellas deriven en escenarios que, aunque ficticios, servirán para dotar de apoyos a las acciones más insólitas.
El gobierno mexicano tiene que utilizar todas sus cartas para evitar un colapso en la frontera y una crisis de contornos humanitarios.
La herramienta más poderosa es el flujo de la migración misma, la llave que se abre o se cierra, lo que funcionó en el primer periodo de Trump y durante el mandato de Joe Biden, que consiste en el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera con Guatemala para ahí levantar un muro de contención.
Pero lo más apremiante, por supuesto, será atender a los mexicanos que retornen, el construir políticas públicas que trasciendan la coyuntura y que permitan la apertura de oportunidades y servicios ahí donde se requieran.
Ahí está el desafío mayor, y más aún ante la escasez de recursos para enfrentar lo que está por ocurrir.
Otra variable que no se puede descuidar, porque para Trump está atada a la migración misma, es la que atañe a la seguridad. La anticipación es indispensable para evitar que se fortalezcan las pulsaciones intervencionistas.
Ya soplan vientos y acechanzas desde el Potomac. Hay que evitar que los presagios se cumplan.
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