Baile de máscaras

Eduardo Higuera.-

Históricamente, México ha insistido en que su vida política se transforme en un baile de máscaras, en el cuál el discurso trata de transformar al país en algo diferente, colocando una máscara al rostro de la realidad o colocándose una máscara para fingir que las acciones cometidas en realidad son para beneficiar a la sociedad y no a grupos de interés.

La liberalización privatizadora de Salinas, los levantamientos en armas de caudillos, las hegemonías -actuales y pasadas- en nombre del “pueblo” y sus revoluciones, el sueño modernista que aplastaba todo rasgo de cultura no occidental y el humanismo mexicano son algunos ejemplos de diferentes ediciones de esta coreografía.

Pero en todos los períodos en que esto sucede, las caretas terminan por difuminarse, las danzas alegres se transforman en estupefacción y enojo ante las consecuencias de estos convites y se muestra la verdadera faz de la terca realidad, que siempre termina por aguar la fiesta.

El momento en que la, así denominada por los neohegemonistas, cuarta transformación ha terminado su baile de máscaras para mostrarse de cuerpo entero es la planeación y ejecución del desmantelamiento del poder judicial como contrapeso, vía mayoriteo autoritario. ¿La mascará?, la “voluntad del pueblo”.

Desde el torcimiento de la voluntad ciudadana en la sobrerrepresentación, hasta la entrega de la elección a métodos y formas del pasado que parecían superadas, la organización de una nueva elección de estado por parte de las fuerzas vivas “democráticas” del nuevo régimen plagado de viejos políticos y prácticas traídos directamente del siglo XX permite ver que la realidad, en este caso construida por los mismos morenistas, ha superado su discurso. El baile de máscaras se ha convertido en orgía abusiva del poder.

La voluntad del pueblo es la narrativa, la máscara, usada. La realidad es que ha sido otra más de las estratagemas de mediano o largo plazo establecidas por López para asegurar que no haya final a la vista de su “revolución de las conciencias”.

Como dijimos, la sobrerrepresentación fue uno de los primeros resultados pero la elección cooptada desde el poder y la DO fue el primero escalón de un proceso que dejará a la sociedad con un estado presidencialista con una enorme concentración de poder aún más que en la peor época del priismo hegemónico. 

Imágenes generadas con IA

No solo se tiene capturadas las autoridades electorales, a través de maniobras e incumplimientos construidos por años ya a la vista de todo el que quiso ver, sino que por medio de procesos legislativos plagados de errores e inconsistencias, decidiendo de forma unilateral con el clásico argumento priista de “somos mayoría” y usando el presupuesto para debilitar aún más la estructura institucional de las elecciones, con la obvia finalidad de controlar los resultados.

La certeza, equidad, transparencia de cara a los ciudadanos y hasta el derecho de acceso al voto de las personas se disminuye de forma consciente y progresiva. La razón es simple, a través de las estructuras conjuntas del gobierno y partido guinda se busca controlar el resultado, desde antes de emitir la votación. Cada nueva noticia hace evidente el riesgo casi inevitable de una elección fraudulenta.

Al igual que en 2024 el gobierno tiene las manos metidas hasta los codos. Para empezar, se impulsa a través de actos partidistas a sus tres ministras candidatas a encabezar la reconformada SCJN, en violación a la ley, y se anula la equidad en la elección al darle espacio y presupuesto que otros contendientes no pueden disponer.

Además de esto, el bombardeo contra el actual poder judicial, la carrera judicial y toda persona que sea presentada por aquellos a la elección es cosa de todos los días, desde tribunas oficiales, oficiosas y redes sociales. 

El más reciente ladrillo en la construcción de una elección manipulada se encuentra en el nuevo presupuesto asignado para que el INE, sombra de lo que fue, organice la llamada elección judicial. Tras cortar a machetazos el recurso presupuestal, el Instituto ha anunciado que no habrá casillas, sino centros de votación y que no se revisará el padrón electoral para la elección.

Lo primero desalentará la votación del ciudadano de a pie, que además de enfrentar listas interminables para seleccionar la persona para cada puesto a elegirse se verá obligada a recorrer distancias mucho más largas para emitir su voto en las urnas. Imagine como afectará eso, cuando en México se considera “nutrida” una votación con 60 o 65% de votos de la lista nominal, teniendo la casilla a un par de calles de casa.

El segundo hecho significa, como si se tratara de una película de Peter Jackson, el regreso de los muertos votantes quienes estarán acompañados del votante itinerante, el voto turístico, los edificios llenos de votantes que nunca existieron y de tantas otras figuras a las que se combatió el último tercio del siglo XX en México.

En otras palabras, se cristaliza el sueño de las consultas y votaciones sin certidumbre jurídica y a modo que tanto anheló AMLO a lo largo de su sexenio. Como en la época tricolor, sabremos quiénes van a ganar cada elección desde antes de que sus nombres estén impresos en las boletas de la elección.

Estos hechos, entre otros, son los que pulverizan las máscaras democráticas del gobierno y su partido de estado, aún en proceso de institucionalización y tratan de presentarnos como rostros reales.

El fin de 2024 marca también el final del baile de disfraces en la época inicial de la nueva hegemonía guinda. Ni subterfugios o discursos transformacionales pueden derivar el hecho de que en México el poder se ha vuelto contra su propio pueblo y la democracia construida a través de medio siglo.

@HigueraB

#InterpretePolitico

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