Vienen de noche

Nav Melech.-

Mis fantasmas tienen nombre y apellido. Sus cuerpos convergen en una sola estrella y por momentos no parecen ofensivos, pero la verdad es que son lo más peligroso que tengo en mi vida. No solo les temo, sino que mi respeto es todo suyo. No me atrevo a repetir sus nombres en conversaciones, ni mirar al espejo por las noches mientras los recuerdo. Cuando lloró por ellos no limpió las lágrimas, por miedo a que ellos se ofendan. Sé que están ahí, que no dejan de mirarme, que se preocupan por mí y que quieren verme feliz.  

Mis fantasmas, en su momento, fueron la manifestación más hermosa de la amistad y el amor. Ahora me persiguen cuando la luz se retira. Siento sus pasos por el pasillo cuando las manecillas marcan las cinco de la mañana. Ellos creen que nadie podrá escucharme gritar, es por eso que caminan detrás de mí por la madrugada, en puntillas y con la sangre escurriendo por sus talones; es por eso que me mantengo despierto, con un pie en la puerta, listo para huir de mi pasado. Mis fantasmas esperan ese momento a que me distraiga para anteponerse en mi camino y recordarme todas las horribles cosas que hice cuando mis pensamientos no eran claros.

La verdad es que extraño mucho a mis fantasmas. Por el día confundo rostros ajenos con los suyos, escucho voces a lo lejos y las confundo con viejas conversaciones con ellos. Sueño despierto para poder recordarlos en su hermosa juventud. Miro dentro de las almas de mis pocos conocidos para encontrar pedazos de ellos. Parece que en mi mente tengo un mapa del tesoro; en donde mantengo una búsqueda añejada en las hermosas amistades que tuve, en los amores culminados por el júbilo adolescente. Busco entre mis recuerdos esa joya de suma felicidad que ahora me parece tan distante. 

Mis fantasmas vienen todas las noches, por mí. En ocasiones se sientan junto a la cama a platicar conmigo. Traen consigo recuerdos de su mundo. Visten camisas de colores y en ocasiones dejan salir sonrisas infantiles. Me cuentan que se sienten solos del otro lado; extrañan las calles y el aroma de la noche sobre sus rostros sonrientes. Les digo que los extraño bastante, y que en ocasiones he llegado a ver a lo lejos a sus familiares. No sé si mis fantasmas vean o visiten a sus conocidos, es posible que no sea yo el único con esta hermosa relación póstuma.

Por las mañanas se alejan con un beso en mi mejilla. Ellos esperan a que pueda dormir y me cubren con mantas. Se despiden, porque en vida no pudieron hacerlo. Escucho sus pasos alejarse, cierran la puerta y la luz me despierta.

Y el día corre como todos. Los pájaros lloran y los bebés cantan. Siento mi corazón latir fuertemente, y sé que sigo con vida. Aún sigo aquí y ellos no. ¿Será posible que yo sea el fantasma? Es posible que las cosas hayan sucedido al revés y no como sucedieron según estas palabras. ¿Seré yo su fantasma?, ¿ellos lloran mi ausencia?, ¿ellos escuchan mi voz por las noches? O son solo estas palabras unos pasos lentos que te siguen en la noche, de puntillas, casi susurrantes; cuando todos están acostados, arropados con sus sueños, y tu piensas que la oscuridad nunca vendrá por tí; recuerda: ¿vienen ellos, o vienes tú?

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