Nav Melech.-
“And I heard as it were the noise of thunder
One of the four beasts saying, come and see
And I saw, and behold a white horse”
¡Calmados! El arma no es mía, pero sí fuí yo quién disparó.
El calor me incitó, no fue la navaja punzante en el cuello de mi padre por parte del asaltante, ni el ladrido punzante de los perros por la ventana, tampoco fue el diablo que me tomó al nacer y amorosamente me bendijo con un lunar en el pómulo derecho, fueron los grados fahrenheit los que alzaron el arma por los aires.
¡Reverendo! ¡No!, ¡no! No me lleve consigo, que Layla sigue bailando, sin darse cuenta de los gritos y de mi partida. Una noche antes, guardé en mi memoria sus botas vacías al pie de mi cama, sus labios que maquillaban cigarros blancos y súmamente delgados, nunca olvidaré como su sonrisa se perdía sobre las montañas blancas de Tulsa, y nunca olvidaré al caballo blanco que dejó de morir por hambre y con un tobillo roto; ella es como un volcán, deja caer la ceniza sobre mi espalda desnuda. Sé que ella me amaba, sé que ella me odiaba, sé que ella fue quién firmó mi muerte en el ‘Saloon, 10 Cigars’. ¡Reverendo!, sus cabellos blancos fueron lo último que ví antes de morir, de algo tiene que servir lo que le estoy diciendo.
¡No! No señor, no es el sabor a whisky lo que hueles, es mi alma que sale a relucir su verdadero cuerpo en valentía, no es la cerveza lo que me hace gritar, es el grito de guerra que aterra a todos los presentes. Es un olor pestilente a muerte y con gritos de mi madre al nacer. No tengo miedo en admitir que la primera alma que tomé fue la suya, y es más: aún le rezó antes de cenar. Mi padre volcó su ira desde el primer día sobre mí. Sus puños se convirtieron en mi merienda, y el alcohol de sus puños se convirtió en mi sermón dominical. Él me convirtió en un verdadero hombre, sin miedo al metal rojo caliente dirigiéndose hacia mi cuerpo; además me entregó una guitarra rota para aprender a calmar el aguardiente con el humo del cigarro, y con dos versos para enamorar a la muerte. No tengo miedo, padre, ¡quémame!, que del infierno he saboreado ya su dulce mano, de mí, miedo no encontrarás nunca, márcame ahora que tienes tiempo.
El cantinero, mi viejo padre, dijo: Nunca maltrates el sombrero de otro hombre, nunca llores frente a tus hijos, nunca golpees a tu mujer, nunca vuelvas a casa sin haber terminado un trabajo bien hecho, y nunca apuntes un arma si no estás dispuesto a disparar. Y ¡Pum! Olor a dulce pólvora.
Entró el alguacil, mi hermano, mi próxima víctima. Únicamente veo sus dos puños infantes, defendiendo el riachuelo y a sus piedras ordenadas junto al agua. No es rival para mi enfermedad.
Señor, Reverendo, he matado a mi hermano con mis propias manos, y no hay rencor alguno. Mi temor es Layla, que está enamorada del alcohol y de la cocaína, de los bailes de salón y de mis botas sucias con la sangre de su padre en las espuelas. Reverendo, mire este traje negro, me ha maldecido con una belleza espeluznante; con él sé que la muerte viene conmigo, y viste la corbata de todos sus hijos muertos. Reverendo, necesito que Dios me disculpe antes de conocerlo, no tengo palabras ni acciones para sus ojos desafiantes.
Papá no vendrá a mi funeral. Manteles negros con la hermosa muerte al fondo del salón. Olor a ceniza y dulce alcohol. Pasos solemnes que resguardan el paso al infierno, un pequeño baile antes para despedirme. El arma negra, la misma llave del paraíso, depositada en mi cuerpo inerte. Anillos con los nombres de los apóstoles que me abandonaron al nacer. Caballos negros a la espera de que se fulmine la última vela del velorio; encima de los animales van bandidos de la peor calaña, mis hermanos, justicieros de la noche, almas olvidadas por el amor maternal. Sombreros negros escondiendo la mirada. Un ciego viene con ellos para cantarme; conoce mi historia mejor que nadie, fue él quién me trajo al mundo; descalzo se acerca al féretro, con mantas negras y un sombrero blanco. El beso de la muerte sobre mi rostro y el rosario de mi madre sobre mis labios.
Han matado a Dave McKenna. Ha muerto un diablo más. Ustedes, que lo vieron a los ojos directamente, duerman con miedo, que sus pesadillas llevan mi nombre, y mi historia es para ustedes un mito, pero para otros una sola advertencia. No quemen mi tumba, que es solo preparar el camino para que vuelva con más odio. Y vayan con cuidado, que al cantarle a sus hijos: “You’re a six string picker. Just as I… I am.” Aparecerá el diablo en persona.
“And I heard a voice in the midst of the four beasts
And I looked and behold, a pale horse
And his name that sat on him was Death
And Hell followed with him”
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