¡Martín! Ya dime, ¿qué fue lo que te dijo?
– ¿Quién?
– Mi papá. Sobre lo de casarnos.
– Nada.
Sigue pensando que soy un bueno para nada.
– ¿Y sobre que querías ser poeta?
– Me dijo que estoy loco, pero ya nada le extraña, excepto la parte de casarnos.
– ¿Qué más te dijo?
– Me dió quinientos pesos.
Dijo que deje de soñar y que consiga un trabajo verdadero.
Me abrazó muy fuerte. Te extraña mucho.
Después me encaminó al registro civil para que un amigo suyo facilitara el proceso.
– ¿Entonces?
– Pues nada, amor.
Recuerda que tenemos la comida con Maribel, a las cuatro.
– No eso, sobre de que quieres ser poeta.
– No solo es ser poeta, sino que es volver a ser feliz.
Vivir de nuevo.
– ¿No quieres vivir conmigo?
– Contigo solo conozco la muerte.
– ¿Eso no es malo?
– Por supuesto que no, es igual de hermoso que la vida.
Silencio
– No tenemos dinero para comprarle algo a Maribel.
Además es su cumpleaños, qué mala amiga soy.
– Tranquila.
No es necesario.
Su vecino le compró macetas completas con gardenias.
– ¿Sigue enamorado de ella?
– Así es.
Me lo confesó una noche, en la cantina.
También me dió la razón de todo su amor.
– ¿Cuál es?
– Tiene miedo de morir solo.
Él tiene ya setenta años y ella sesenta y nueve.
Él tiene pavor a la soledad, pero ella no.
– ¿Y tú?
– Tengo miedo de casarnos.
– No nos casemos, entonces.
– Para nada, ya me decidí.
Yo no cambio de opinión tan fácil, ya me conoces.
– Entonces, ¿qué sí cambiarías?
– De lentes, mira cómo los traigo…
– No digas tonterías. ¿Qué pasa si dejas de amarme?
– Dejaría de ser poeta.
– ¿Desde cuándo ya lo eres?
– Pues, ¿qué hora tienes?
– Dos con cinco.
– Entonces van cinco minutos de pura poesía.
– No te hagas el tonto.
Silencio
– Sara… ¿crees que hice las cosas mal?
– No.
– Entonces, ¿por qué me siento así?
-Dime algo, ¿me quisiste?
– Desde el inicio hasta el final.
– Entonces vas bien.
– ¿Y si todo esto acaba mal?
– Tendrás un hermoso poema.
– ¿Te gustaría ser mi primer poema?
– No, quiero ser el último.
– ¿Y si me arrepiento?
– ¿De casarnos?
– Sí.
– Volveré en un poema, solo para tí.
– ¿Y de ser poeta?
– Eso no va a pasar.
– ¿Por qué?
– Porque siempre lo fuiste.
¿No te acuerdas cómo comenzaste?
– Sí.
La noche que te fuiste.
Martes quince.
– Martes quince.
Y me fui con las nubes.
– Con todas las nubes.
Entonces, ¿este es mi último poema?
– Sí.
¿Valió la pena ser poeta?
– No.
– ¿Por qué?
– Porque perdí la mente, tratando de encontrarte.
– ¿Escribiendo?
– Soñando.
– Despierta, entonces.
– Créeme que ya no puedo.
– Entonces sigue escribiendo.
– ¿Para quién?
– Ahora, para tí.
Deja un comentario