Ofelia

Nav Melech.-

A las once de la noche, ella salía a bailar con sus dos amigas. Llegaba a las cuatro, cansada, oliendo a ciudad, al amor de sus amistades y de tantas pretensiones amorosas. Ofelia bailó todas las noches hasta que un día ya no despertó. Mientras tanto yo dedicaba mis noches a besarla dentro de todos mis secretos y de mis muchos pecados. A las cuatro de la mañana, ella regresaba cansada a casa, más enamorada de su arte y con un olor penetrante a múltiples cigarros mentolados, aventando sus zapatos sucios, su ropa negra, sus cabellos revueltos y sus mejillas rojas. 

Cuando la conocí ella estudiaba teatro en la ciudad, y cuando la perdí, ví como todo el país aplaudió majestuosamente su recuerdo en el Teatro Diana. 

Eso sí: Nunca entendí por qué lloraba tanto al cantar con los ojos cerrados. 

Suspiré tranquilamente cuando descubrí que la amaba con toda mi alma. Ocurrió en su primera puesta de escena de Otelo. Quise aplaudir fuertemente para que me escuchara, pero fue imposible, me silenció el despampanante ruido causado por miles de aplausos más. Me quedé con mi suspiro y con el recuerdo de su cuerpo bailando por el escenario. 

Ella cuenta todos los besos que ha dado en su vida, los apunta en una libreta azul debajo de su almohada; los besos que me dió a mí fueron siete mil novecientos tres, pero los que le dió a él fueron mil dos. Tiene tatuado el nombre él en su muslo izquierdo; lo acaricia cuando me platica de cuánto lo llegó a amar, y de cuánto le duele su ausencia. 

Su mejor amiga es la tristeza, y me la presentó una noche de abril, cuando todos se habían ido a sus casas, y ella y yo nos quedamos mirando el cielo. Nadie interpretaba a Ofelia como ella. Nadie escondía su tristeza como ella.

Murió en la bañera de su madre. Vestía cinco flores en la cabeza. Dejé de ir al teatro desde entonces. 

La conocí enamorada de la vida, pero más enamorada de él. Ambos se fueron a hacer teatro juntos, en otra parte muy lejana de la historia. Me amó, eso nunca lo dudé. La amé, eso nunca lo dudó. Él la amó, ella nunca lo dudó, nunca lo olvidó, nunca dejó de llevar flores a su tumba. 

Ahora ya están juntos, de nuevo, después de cuarenta años, por fín vuelven a ser unos jóvenes enamorados, amantes del silencio y de las nubes pequeñas. Siguen haciendo teatro, juntos, tratando constantemente de evitar que el telón vuelva a cerrarse para ellos dos, y tengan que terminar la hermosa obra de su amor.

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