Boleros

Nav Melech.-

Me escondí y dejé de escribir porque no tenía nada que decir. No fue hasta que conocí a una persona que escucha historias como yo. Quise volver a escribir porque no sé qué pasó esa noche. Un joven de la mesa de enfrente me invitó una cerveza y se sentó a platicar conmigo. Fumaba más que yo. Me recordaba a alguien, pero no sabía quién era. Pidió una botella, sin siquiera consultarlo conmigo. Un mariachi llegó a la mesa. ¿Alguna canción? Preguntó el músico. A lo que él joven asintió y comenzó a contarme las siguientes historias.

En la orilla del mar – Bienvenido a Granda.

Papá señala amorosamente a mamá mientras le canta. Aplauden y ríen todos los presentes. Papá le canta a mamá cuando el tequila acaricia su garganta, y las cervezas le pasan como agua. Canta y trata de bailar sin tambalearse. En muchas de esas veces que papá canta, vienen a la casa las flores, los mariachis, los amigos con alcohol, tanta comida y la tan hermosa felicidad. Ahora, papá le canta a mamá que duerme dentro de una caja de madera. Aún vinieron a visitarla todos sus amigos, con flores, los mariachis, los amigos con alcohol y su horrorosa tristeza. Papá canta con recuerdos en los ojos que caen en forma de lágrimas: Dile que la espero, muy solo y muy triste, en la orilla del mar.

Noche no te vayas – Los Tres Caballeros.

Llovía. Se encontraron. Muchos años después. Cuarenta años después de aquella despedida en lágrimas. Se encontraron a la hora equivocada, en un tiempo erróneo, distante, tan lejano de lo que fueron sus cuerpos jóvenes. Bailaron en un momento distinto, tal cual como siempre fue su amor. Fue hermoso. Se reencontraron en la misma plaza de su juventud, se tomaron de las manos entre tantas personas bailando, entre las gotas irrespetuosas de la lluvia, entre las personas que corrían buscando refugio, y con la música sonando, solo para ellos dos. Se tomaron de nuevo de las manos, bailaron, giraron, sonrieron, se entrelazaron sus dedos, se quisieron mientras ella giraba; él recordaba, sus cabellos largos sin canas, su cintura esbelta, su sonrisa, su piel suave, y la voz joven de ella diciéndole: Vente conmigo, vámonos juntos. Él recordó su voz joven respondiendo: Allá te alcanzaré, mi vida. Termino la carrera e iré por tí. Bailaron después de tantos años. Juntos. Habiendo vivido sus vidas lejos del amor que tanto las quiso.

Hola Soledad – Rolando Laserie.

No quiero gatos en la casa. Dijo mi papá. Pero Filomeno llegó dos semanas después, dentro de una caja, y con los ojos chinos, bastante sucio y con mucha hambre. Tardaron un par de meses en encariñarse. Filomeno durmió encima de mi papá durante todas las noches de agosto. Papá alimentaba a Filomeno todas las mañanas, siempre a las seis. Llegó diciembre y papá se fue a dormir con la eternidad. Ahora, Filomeno no tiene con quién dormir. Filomeno no tiene quién le dé de comer a las seis, siete, ocho, o nueve de la mañana. No quiero gatos en la casa, dije. Dije cuando mis hijos llegaron con un gatito de la calle. Recordé a mi papá con su Filomeno en brazos. Es tan grande mi tristeza que ya conoces mi dolor. 

Amor de mis amores – Agustín Lara.

Cuando vengas por mí al aeropuerto, llévame flores. Dijo Cecilia. Llévame contigo siempre, aún cuando no esté. Espérame aquí, allá, o donde tú quieras. Las flores que sean tulipanes, rosas, orquídeas o narcisos, eso no importa. Solo espérame, espérame en la Terminal 2. Espérame. Es un año nada más y volveré. Recuerda que respiro el aire que respiras tú. Espérame, y guárdame las flores de la esperanza. 

Sin ti – Los Panchos.

El abuelo trae siempre consigo mangos a la casa. Nunca llega con las manos vacías. Se sienta conmigo a platicar historias que solo yo puedo imaginar, y que él solo puede inventar. Nos sentamos con el sol, con el tiempo, con nosotros mismos. Caminamos por la casa, ambos perdidos, ambos juntos, ambos en otro momento del tiempo. En casa solo se come mango cuando él llega. Y el árbol que está ahora fuera de la casa, es un melocotón, el cual planté sin él; pero sé que ahora él está ahí, con la tierra, conmigo, con las tardes que él quiso solo estar conmigo, él está ahí, porque no tiene a dónde ir, porque no quiere irse a ningún lado, porque no quiere llegar nunca las manos vacías, porque nos extraña, a mamá y a mí, porque se queda dormido con la boca abierta y deja su mano boca arriba, esperando a que lo tome y lo lleve conmigo en mi sueños. Mi abuelo nunca llega con las manos vacías. Y ahora a donde voy, siempre llevo mangos y una sonrisa que sé que es de él.

Contigo – Los Panchos

Los perros no deben ir al cielo sin haber probado el chocolate. Lo estiré y de un solo bocado lo tomó de mi mano, de la misma manera que se llevó mi corazón. Y fue así que Laila bajó del auto, temblando, con sus ojitos grises, con su cadera débil. Se baja corriendo, y no sé por qué tiene tanta pinche prisa. Si fuera por mí, quisiera quedarme en el auto, toda mi vida, y no dejar que su vida se me vaya corriendo. Le dí un segundo chocolate. Hacía calor. Nos quedamos mirando el tiempo. Caminamos porque tenía miedo. Ella caminaba conmigo porque sabía que no había nada de que tener miedo. ¿Qué te pareció?, ¿el chocolate? – Me miró y dijo: Las horas más felices de mi amor, fueron contigo. 

El reloj – Los Tres Caballeros

Te salieron más arrugas en las manos. Y sentí que te me ibas. Te encontré más canas que ayer. Y me dolió la garganta, tanto que me costó trabajo pasar saliva mientras evitaba llorar. Fuimos tantas veces al doctor. Y sentí un balonazo en la boca del estómago. Caminabas cada vez más lento. Te tomé de las mano, como cuando era apenas un joven enamorado de tí. Me quedé junto a tí. Quité todos los relojes de la casa. Vendí todo lo que tenía. Ví cómo se te caía el cabello por la quimio. Te ví vomitar. Te ví no querer comer. Te ví triste. Te ví despedirte de tus hijas. Te ví una mañana despertar temprano, más fuerte, muy encabronada y gritando: A la chingada, pinche cáncer de mierda. Te ví fuerte. Te ví bailar de nuevo. Te ví reír con tus amigas. Te ví salir contenta del hospital. Te ví apagar las velas de tu pastel. Te ví cantar. Te ví besarme. Te ví sana de nuevo, y sentí que ya podía irme. Amaneció y me quedé dormido para siempre.

La noche pasó y llegó la madrugada. Bebí tanto, y canté más de lo normal. No sé cómo llegué a casa. Por la mañana encontré una nota en mi pantalón que decía: Gracias por escucharme. Recuerda que los fantasmas vienen cuando tienen que venir, y se van cuando uno quiere que se queden para evitar sentir el peso de la realidad. Por favor, escribe con amor todo lo que te conté anoche. Atentamente,____________________________.

Epílogo

Regresé el siguiente año a la cantina. No encontré boleros, encontré a las personas bailando, por fín llegó la cumbia; pero ese es otro cuento, uno más alegre, uno que también hace llorar pero de alegría. 

Cariñito – Lila Downs.

Este es mi primer año de fantasma. Lo primero que haré será buscar a mis amigos, pensé. Regresé a mi cantina, La Puerta del Sol. Encontré a un joven tomando solo frente a mí. La gente bailaba alrededor de él. Estaba sentado mirando su cerveza vacía. Me recuerda a un viejo amigo. Pedí dos, una para mí y otra para él. Me senté con él y le dije que iba a contarle historias de mi tiempo. Tuve que pedir una botella para que no se fuera. Antes de platicarle mis historias tuve que bailar y recordar lo que era estar vivo. Antes tuve que entender lo que era decir: Nunca pero nunca, me abandones cariñito.

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