Bailemos

Nav Melech.-

Me cansé del silencio y es por eso que volví a buscarte, mi amor. No tardé mucho en encontrarte. Sigues tomando tu café frente a la fuente de nuestro parque.

¿Americano, verdad?

Aún lees las primeras dos notas del periódido y tus cigarros siguen apagándose a medio camino.

¿Delicados, no es así? 

¿Cómo?

¿Ya no los venden?

¿Entonces, qué fumas ahora? 

Admito que te ves triste, pero mentiría si te digo que alguna vez tus ojos se han visto de otra manera. Tus cabellos son distintos. Tus manos se ven frías desde mi posición. 

¿No tienes hambre? 

Te noto más delgado. 

¿En qué piensas?

Mantienes tus rutinas al pie de la letra. Sales de casa a las 6:55, aunque tu primera clase empiece a las 9 de la mañana. En mi cumpleaños aún llevas flores a casa de mi madre. Le escribes a mi padre todos los domingos para avisarle que por cosas del trabajo, o de la escuela no podrás ir a la comida. Cuando sales a beber con tus amigos, y llegas a tu tercer trago tiras tres gotas al suelo, una para mí, una para Hugo y otra para Josué. Duermes pegado a la pared, haciendo espacio para un cuerpo que ya no está contigo, pero que aún esperas. Duermes con la ropa puesta porque tienes que salir corriendo. Duermes ya listo, preparado, por todas las cosas que hiciste, y pronto vendrán a cobrarte cuentas. 

Amor, respóndeme algo. 

¿Por qué no hay nadie más en tu vida? 

Tu corazón no debería estar solo. 

Ve, y conoce a alguien. Alguien que te quiera como yo.

No te escondas.

Te veo y reconozco tantos detalles hermosos, tantos manerismos y miradas que me hacen querer volver a tenerte en mis brazos. Pero, pese a todo eso has cambiado tanto. Antes yo sabía que detrás de tus ojos tristes había un rayo de felicidad, ahora no lo logro percibir. 

¿Dónde fue que quedó?

¿Dónde quedó tu brillo?

¿Y tus amigos, aún te cuidan? 

También los extraño bastante. Fueron hermosos esos días que compartimos todos. Si tienes la oportunidad, dile a Guillermo que me quedé con unos lentes y una gorra suya; dile que los dejé junto al televisor y mis flores blancas; seguro los estuvo buscando y me apena nunca haberlos devuelto en persona.

¡Mira! Tengo una idea. Ahora que te tengo leyendo estas palabras. Tengamos una última cita, parecida a la primera que tuvimos. Te veo en Coyoacán a las cuatro de la tarde. Te aviso que voy a tardar un poco en llegar, pero, por favor espérame frente al kiosko. De ahí podemos ir a bailar a la plaza con los viejitos. Tomemos un café con helado de pistache y piñón, justo antes de que se anochezca. Besémonos con miedo, como la primera vez. Hablemos de la escuela y finjamos que aún tenemos esa vida hermosa. Tomaré tu mano cuando no te des cuenta. Tú te aferrarás a ella como siempre lo hiciste; en especial ya al final, cuando las cosas se complicaron.

No vine a buscarte porque me sentía aburrida, no quiero que pienses eso. Vine a buscarte porque tengo miedo de encontrarte un día aquí conmigo. Tengo miedo de que tu tristeza te gane. Pero sé que estarás bien. Vine a buscarte porque quería bailar una noche más contigo. Quería dormir una noche más junto a tí. Sentir tus manos con las mías. Aunque sea, solo una vez más, una última vez.

Deja un comentario

Web construida con WordPress.com.

Subir ↑