Cronos

Nav Melech.-

…Mis dedos en la frente palpitan fuertemente, siempre al compás de las manecillas. Dos para las doce; y ya viene, el caos se aproxima y la maldita luna me mira, lárgate, ¡qué miras, maldita! Dos minutos más, solo dos; puedo lograrlo, ¡sí!, puedo hacerlo. Mi respiración; tengo que controlar esta ansiedad. Mis manos tiemblan al ver la sangre; y sé que el rojo púrpura de mi ropa jamás desaparecerá. Solo 120 segundos, 119, 118, 117… ¿Quién toca?

¿Amanda? ¿Qué haces aquí? No, no puedes pasar. Vete por favor. Quita tus manos de la puerta. Aleja tus hermosos ojos carmesí. No quiero dejarte entrar y que mires el cuerpo de tu novio. Vete por favor. Si entras tu destino será el mismo; y eres demasiado hermosa para arrebatarte de este mundo. Vete…¡Carajo! ¡No! ¡No pasa nada! ¡Lárgate!

No debí de contestarle así… Sus pies siguen frente a la puerta. Tengo que alejarme o volverá a tocar. No soportaré ver sus ojos llorar de nuevo frente a mí. Me inclino al cuerpo sin vida de mi hermano: – “No quiero verla llorar, nunca más”“La lastimaste, la lastimaste y yo lo ví, yo te ví, cabrón”. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué acabo de hacer? ¡¿Qué mierda acabo de hacer?!

Tengo que limpiarlo. Se ve sucio; Elías nunca está sucio. Corro al lavabo, la alacena vacía, platos rotos besan mis manos al rozar con ellas. El rollo de papel cae y corre desde mis pies hasta la sala. Regreso al cuerpo porque tengo que limpiar el rostro de Elías. No puede verlo así mamá, no puede verlo sucio. Su cabeza pesa más de lo normal; aún escucho sus gritos, sus plegarias a Dios, su último grito a mamá: “¡Mamá!, mamita…” Solloza mientras sus ojos pierden brillo.

Doce con diez. Vuela el tiempo cuando recuerdas; Elías me regaló este reloj, siempre lo detesté. Las manecillas son escandalosas y me remiten a la risa burlona de mi hermano al verme golpeado en el suelo. Pasan los minutos y siento la saliva de mi hermano al escupirme. Detesto este maldito reloj. Dejo caer la cabeza de mi hermano sobre el suelo.

Silencio, algo ha pasado. Inmóvil, no te muevas, ¡que no te muevas!…¡Se ha callado! Por fin el reloj se detuvo. Las manecillas están quietas, sé que me tienen miedo. Las miro con prepotencia desde el aire; sé que no se moverán, ahora temen por su vida. Ven de lo que soy capaz. Ahora soy yo quien les indica el tiempo y espacio para llorar.

La policía ha llegado, veo las luces escurrir por la ventana. Te devuelvo tu reloj hermano. Ambos se han callado por fin. Ya no le harán daño a nadie. Amanda está a salvo, mamá podrá regresar a casa… lo logré. Golpes en la puerta.

¡Está abierto!… Llévenme oficiales. Pero antes, ¿Qué hora tiene, oficial?

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