Desaparecidos

Nav Melech.-

Recomendación alterna de lectura

“Hijos”: 4,7,2,5

“Espectros eternos”: 1,3,5,6

“Shlomo”: 4,1,5,8

“Desaparecidos”: 1,2,3,4,5,6,7,8

1.- Un hermoso espectro vino a casa a las cuatro de la tarde del último domingo del año. Tocó tres veces a la puerta, y rápidamente recargó su espalda contra la madera para esconderse de mi mirada a través de la mirilla. Al instante que escuché el segundo golpe y noté unas zapatillas blancas moverse debajo de la puerta supe que Eréndira venía a visitar a Shlomo, mi gato blanco de diez años. En varias ocasiones anteriores ella ha querido llevárselo a su casa para jugar con él, pero nunca se lo he permitido; Shlomo es lo más hermoso que queda del mundo del que provengo, él es lo último que me recuerda a casa, no puedo dejar que Eréndira se lo lleve también consigo y lo haga feliz en el nuevo mundo que ella llama por ‘Eternidad’. 

2.- Mientras recordaba a mi querida Soledad tocaron a la puerta. Dejé entrar al espectro a casa, para que jugara a las escondidas con Shlomo. Tuve miedo de que viera todos los retratos de su rostro que cuelgan en cada rincón de mi hogar, en especial uno en donde se remacarba drásticamente la ausencia de color en sus ojos. Pero, tenía más miedo de que las plantas de la casa murieran al sentir su caminar cercano por la casa. El espectro cambió de forma a un ahuehuete enorme, en su transformación destruyó gran parte de mi sala. Escalé a la rama más alta para platicar con los pájaros que vivían ya desde hace varios meses en lo alto. En la cima los pájaros me entregaron el pendiente dorado que mis hijas habían portado años atrás; primero le perteneció a Liliana, que se dedicó toda su vida a contar estrellas con frijoles y alubias; después a Úrsula, que convirtió el vino en miel a sus dieciocho años con el nacimiento de su primer hijo; y al final a Eréndira, que es ciega de nacimiento, pero que conoce todos los colores del paraíso, y sobre todas las cosas: mi hija consentida.  

3.-  Días después, Shlomo me dijo que quería irse un tiempo lejos de casa. No hablamos del tema por una semana completa, a la siguiente semana escribí en una carta azul: “Te entiendo, mi niño. No tienes que quedarte conmigo a envejecer si no quieres. Pero, por favor, no olvides escribirme”. Abrí la puerta y dejé que Shlomo se fuera con el espectro, se encaminaron a los Árboles Eternos. Lloré toda la mañana siguiente, esperando sentir sus piecitos recorrer mi pecho, escurrirse desde mis rodillas hasta la parte más triste de mi corazón, y una vez frente a mi cuello pedirme que le leyera un cuento para dormir. La razón de mi tristeza no fue la partida de Shlomo sino porque todos en el mundo habían terminado su caminar a las 11:57 del día anterior. Al salir al balcón encontré a todos estáticos, esperando los camiones, a mitad de un último beso, estacionados bajo el departamento de su último amor, en camas de hospitales, o en calles repletas de buscadores nostálgicos. El mundo se había detenido abruptamente; no era la primera vez que ocurría esto, en el dos mil quince, después de la caída de la bomba había pasado lo mismo; pero yo era muy joven en ese entonces como para hacer algo al respecto, ahora soy muy viejo como para darle importancia. 

4.- Quedan dos cervezas menos en el refrigerador. Shlomo me mira con cautela, acostado en el sillón frente al televisor. El alcohol me hace abrazarlo fuertemente entre lágrimas. En mi caminar me tambaleo, la mirada me cruza muebles y recuerdos; y repito una y otra vez las cosas, ya nada tiene sentido. Tocan a la puerta y entra Eréndira; ella piensa que estoy perdiendo la mente, poco a poco, cada día más que el anterior; es por eso que viene a cuidarme desde los Pastizales Eternos. Cuando caigo dormido sobre la alfombra de la sala, ambos me cubren con sus esperanzas y lágrimas. Días después salgo a caminar mientras Eréndira juega ‘Serpientes y Escaleras’ con Shlomo. Es el momento perfecto para ir a buscar flores, pienso en voz alta. Compro las más grandes, pensando que a Shlomo le parecerán hermosas, y podrá días después morderles los pétalos a su gusto. 

5.- Todos los días al regresar a casa me espera la oscuridad, y el recuerdo de mi hermosa, tan querida Soledad; con la que contraje matrimonio a los veinte años, días después de haber empezado a vender velas cortadas por toda la ciudad. Ella y yo pusimos un negocio de poemas para los transeúntes grises y nostálgicos; cuando era oportuno nos acercábamos a la gente para brindarles nuestros servicios, dos poemas, un café espresso y la oportunidad de robarlos media hora de la realidad. Cuando nuestros clientes se sentían listos para volver a la realidad, cobrábamos la última parte del pago y los llevábamos a bailar a la orilla del mar, donde los abandonábamos junto a las tortugas, y esperábamos detrás de ellos a que aprendieran a reír de nuevo. Soledad compró una casa frente al desierto, porque le recuerda al mundo de dónde venimos; la casa tiene nombre, se llama Shlomo, en honor a su hijo perdido.

6.- El martes pasado fue la última reunión de espectros en mi casa. Los puntos que se abordaron fueron los siguientes: 1. Propuesta para el cambio del uniforme del siguiente curso. 2. Selección y propuestas sobre la nueva mascota, misma que atarían con hilos dorados sobre sus cuellos para llamar la atención de los soñadores. 3. Cambios y ediciones al himno de nuestras voces.  4. Selección del nuevo equipo de búsqueda y rescate. Y finalizaron con un seminario para los de nuevo ingreso. Durante la ceremonia no se comió ni se bebió. Al final se apagaron todas las velas al aplauso del nuevo rector, y cantamos al unísono los nombres de todos los niños y niñas que seguimos buscando. Tronó la campana del centro del país. Se hizo un silencio estremecedor. Al fondo del pasillo, Shlomo caminaba tomado de la mano de Eréndira. Los mantuve en un abrazo eterno, y decidí nunca abrir los ojos y despertar de este hermoso sueño; fue así que me quedé a soñar con mis desaparecidos en brazos para toda la eternidad. 

7.- Regresando de la florería le escribí a Soledad para disculparme. Años atrás, ambos destruímos nuestros corazones y nunca aprendimos a perdonarnos. Ella extraña a su hijo, y yo a mis tres hijas. Nada se puede hacer ya por nuestro fatídico matrimonio. Algo dentro de nosotros estaba ya completamente roto, a simple vista no se podía ver, pero cuando alguien nos sostenía en un abrazo se percataban las piezas destrozadas dentro de nosotros, queriendo atravesar la piel. Imagina una bolsa con una copa dentro que está hecha pedazos; acaricias suavemente los bordes de la bolsa, sientes como los cristales lastiman el interior, sientes la tristeza; no puedes hacer nada sin abrir la bolsa, ¿pero qué puedes hacer?, a estas alturas es mejor no regar los pedazos rotos por el suelo, sino que es mejor resguardarlos, esconderlos hasta que la vida los acomode de nuevo en su forma original. Soledad no volvió nunca más a casa. Semanas después me dijeron que se fue a los Pastizales Eternos a contar un cuento, con la esperanza de bailar con todos los desaparecidos. Pensé en alcanzarla, pero no era mi momento, tenía un par de pendientes que resolver.

8.- Años después de la ausencia de mi esposa, Shlomo vino a tocar a la ventana. Corrí, me tropecé con los muebles, tiré el agua del comedor, todo para dejarlo entrar. Nos sentamos a comer; él me pidió pollo con arroz, dos copas grandes de jugo de naranja; yo lo acompañé con croquetas humedecidas y una taza de leche tibia. -¿De dónde vienes, mi niño? – Pregunté. Shlomo me contó la historia de su vida. Sus primeros años vividos en los Árboles Eternos, donde fungió la responsabilidad de ser feliz; después conoció las Tierras Blancas, y ahí caminó por cien años hasta que recordó que había dejado la ropa colgada fuera de casa, y tenía que volver para a doblarlas y acomodarlas en sus respectivos lugares; al final me contó cómo se enamoró de alguien como él, no me dijo el nombre de la persona, pero sí detalló cuántas lágrimas lloró cuando la perdió en una discusión de amor. Terminamos de comer, y Shlomo se quedó a vivir en mí. Su camino había terminado, ahora le tocaba acompañarme a vivir el mío. Vivimos juntos por veinte años, lo que duró la vida de Shlomo, mi hermoso gato blanco. Lo enterré en las nubes, sin que nadie se diera cuenta. Un día antes de quedarse dormido, Shlomo me dijo que volvería como un espectro, y que no tuviera miedo, él seguiría acariciando mis piernas con sus bigotes, siempre y cuando yo siguiera acariciando al mundo con mi sonrisa. Cada año vuelvo a esta casa para dejarle agua y un par de rollos de jamón de pavo, sus favoritos. Cada año escribo de él, para solo así, hacerme creer que vivirá siempre y cuando su nombre lo haga cantar.

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