Nav Melech.-
El martes pasado encontré a una deslumbrante señora, llorando en el fondo del parque. Me acerqué a ella con un par de girasoles para consolarla. Entre sollozos y un par de mocos escurriéndose por sus labios carmesí, me dijo que extrañaba los ‘días alumbrados’ y la ‘luz del sol’. Me sorprendió bastante su comentario, en sí, porque hace mucho tiempo no me encontraba con alguien que recordara lo que eran los ‘días’ en la ciudad, o en general lo que era el ‘sol’.
Posiblemente ustedes no saben de lo que estoy hablando, o se encuentren un poco confundidos, así que les explico a continuación rápidamente. Hace muchos años, antes del año 2023, todos en el mundo solían levantarse de la cama alrededor de las 07:00 horas, y nuestra jornada laboral se desarrollaba aproximadamente desde las 06:00 hasta las 18:00 horas. Sé que esto es una sorpresa para ustedes, pero antes hacíamos todo durante el ‘día’, bajo la ‘luz del sol’, hoy ya nada es como antes. Todo esto cambió cuando una fuerte ola de calor azotó nuestro planeta, y a partir de esto se tomó la medida radical de comenzar a vivir de noche, para así no sufrir las altas temperaturas y poder aprovechar el fresco de la luna. De un momento a otro nos tocó ir a dormir a las 06:00 horas, y despertar a las 17:00. Algunos tuvieron problemas para adaptarse a este cambio de horario, como fue mi caso y el de mi grupo de amigos sonámbulos; que en ese entonces nos juntábamos afuera de la biblioteca central de la UNAM, para contar los peldaños de las escaleras, fumar incansablemente cajetillas de ‘Faritos’ como chimeneas y también para darnos tips sobre el cuidado de plantas de sombra.
Desde entonces nunca volvimos a vivir de día. La gente del mundo pasó de vivir aproximadamente unos ochenta años, a unos ciento cincuenta, casi doscientos años; la verdad no sé por qué aumentó tanto nuestra natalidad, así como tampoco sé porque los recién nacidos dejaron de llorar al sentir las nalgadas del doctor en curso, y mucho menos sé porqué nunca me volví a enamorar. Todo esto nunca lo había pensado hasta que ví a Norma llorar con mis girasoles en la mano, mientras ella se limpiaba la nariz y el rimel de los ojos.
Norma es tan parecida a mí, ella no puede dormir bien desde hace un par de años, o desde que tiene memoria, y sale a caminar y a distraerse desde las 07:00 hasta las 14:00 horas. Después de eso, ella regresa a casa con ojeras enormes debajo de los ojos, pone su alarma a las 17:00 horas, y deposita su celular sobre el mueble más distante a su cama, para así tener ella que levantarse forzosamente apagarlo, de otra manera teniéndolo cerca lo ahogaría con las almohadas y con su pecho desnudo, y esa acción la haría faltar al trabajo como auditora de la alcaldía de Coyoacán. Ella disfruta tanto de salir a caminar y de contar a las abejas de los parques, como de hacer dibujos de mariposas en su libreta azul. Le gusta jugar a mirar el sol con un caleidoscopio, -también azul-; mismo que le regaló su padre, cuando ella cumplió ochenta años de edad, cuando apenas era una niña. Está divorciada, pero me dice que sigue enamorada de su ex esposo, Norberto; lo extraña mucho cuando sale la luna y no hay nadie más junto a ella en la cama que la acaricie; lo cual le recuerda ese vacío en las miradas de sus compañeros de trabajo, tanto que le hace pensar que el mundo se acerca a su respectivo final y ella no puede hacer nada para evitarlo; se siente como en un auto en movimiento, dirigiéndose embestidamente hacia un muro de concreto y todos los pasajeros no se percatan de que el peligro está cerca, únicamente ella sabe que está en peligro, y nadie hace nada. Norma tiene miedo de morir sola y que nadie se dé cuenta. Tiene dos manchas hermosas sobre el cuello, provocadas por el ‘sol’; ya nadie tiene esas marcas, así que para mí son de las cosas más fascinantes que quedan del pasado. Usa lentes de ‘sol’ cuando nadie la ve, imagino que son una reliquia heredada por los ‘antiguos’, ya que hoy en día es imposible conseguir unos; únicamente los puedes adquirir en el mercado negro, o en los asilos que están afuera de la ciudad, escondidos en los mapas y que se ubican únicamente por susurros de los pobladores cercanos.
Cuando Norma dejó de llorar me preguntó qué hacía aquí con ella, caminando por los mismos senderos que la hacen olvidar sus problemas. Le expliqué que quería vivir mi último día en este mundo completamente feliz; y no es que vaya a pasarme algo en cuestión de salud, sino que el día de mañana van a convertirme en una pintura para el museo de Arte Moderno; les cuento: pasaré mis últimos días junto a un hermoso Siqueiros y un Ribera, bastante cerca de una ventana en donde podré ver a una familia de jóvenes jugar con su hija pequeña. La oportunidad de ser una pintura llegó hace dos semanas a mi puerta, había sido seleccionado por el Comité para la Integración Artística y Soberana del Bienestar. Mi esposa al escuchar la noticia arremetió burlonamente y bastante molesta, diciendo: “¡Perfecto, Agustín! Ya por fín me desharé de tí.”
Invité a Norma a pasar el día conmigo; algo en sus ojos amarillos me confirmaba las palabras de mi abuela, Heriberta:
“Ojos con tintes del pasado,
te llevarán al futuro.
No tengas miedo,
cuando venga el sol por tí.”.
Me senté junto a Norma y le dije: -Me recuerdas mucho a mi hermano, Silvio. Sabes, él jugaba muy bien a las canicas. Sus manos como las tuyas, también las escondía cuando tenía pena de hablar en público. Irónicamente él cantaba conmigo en el coro de la iglesia y fue presidente de la generación de la secundaria, y ahí mismo fue donde se enamoró de mi esposa. Años después dejamos de hablar cuando me casé con Luisa. En el funeral de nuestra madre nos encontramos en Chapultepec, ahí me devolvió mi grabadora, mi bicicleta roja y decenas de cartas que le había escrito a mi esposa. Él desapareció días después. Enterré sus cosas junto a una jacaranda cerca del lago. Me gustaría verlas una última vez, ¿qué dices? ¿me acompañas? .- Norma asintió tímidamente, y contestó: -¿Y qué son esas cosas que dices… esas, las canicas? –
En el camino platicamos de cuando el mundo solía vivir durante el día, y hacía mucho calor. A los dos nos generó nostalgia, al punto de compartir un par de lágrimas y muchas risas. Norma está cansada de despertar con la luna, y yo de desayunar con el sonido de los grillos en la ventana. Ambos extrañamos el calor, el sol del mediodía asediando a los transeúntes, las gotas de sudor escurriéndose por la nariz. Yo extraño a mi hermano y ella a sus vestidos de verano. Le dije que secretamente guardo fotos del ‘sol’ en mi baño, ella me contestó que sus dos hijos nacieron de ‘día’, los nombró Apolo y Constancio, bastante emocionado le dije que una de mis hijas se llamaba Amaris, la mayor, y la otra Aurora, la menor: la luz de todas mis tormentas. Nos tomamos de la mano, no sé por qué, tal vez porque en nuestro caminar por las calles no se veía nada, y teníamos miedo de caer en una coladera descubierta, aunque realmente fue porque en un instante diminuto nos dimos amor sincero y caluroso, y nuestra manera de agradecer fue acariciando nuestras palmas, una con la otra.
Llegamos a la equis que marca el tesoro en el mapa, los pétalos de la jacaranda anunciaban la llegada. -Aquí es en donde descansan las pertenencias de mi hermano.- Comenté con la voz hacia el suelo, con la esperanza de que Norma me escuchara y calmara mi nostalgia con un apretón en el brazo. Cavé por un par de minutos hasta dar con el maletín negro de Silvio. Tratando de limpiar la tierra del maletín con un golpe el maletín giró y lo primero en caer fueron las cartas que Silvio escribió con tanto amor hacia mi querida Luisa; las escribió con lápiz y mucho dolor, provenían de años atrás, cuando él estuvo hospitalizado tres meses a causa de su tristeza y la falta de comprensión del mundo a su condición.
Me incliné para recoger todos los papeles y comencé a leer, recordando la voz suave y risueña de mi hermano; como un profeta, él hablaba de un día póstumo, en donde él iba a llevarse el sol, también planeaba esconderlo debajo de sus almohadas y lo usaría únicamente para jugar para ser un niño de nuevo. También le prometía regalarle, -únicamente-, girasoles todos los viernes a Luisa. Él la amaba de la misma manera en que las olas del mar aman a los pies que se esconden debajo de la arena.
Recuerdo que Silvio siempre fue el preferido de mamá, y él lo sabía; todos los sábados bailaba con ella junto al umbral de la ventana; ella lo quería de la misma manera en que las plantas adoran a la mano que las riega al final de cada día; papá amaba observar la imagen de los dos, queríendose y acompañándose en el ocaso del sol; yo prefería pensar en mi carrera como científico, muy lejos de ellos y de la ciudad, recibiendo premios y menciones, -lo cual nunca sucedió-, pero la realidad es que lloraba todas las noches por no sentir el mismo amor que mamá le daba a Silvio.
Leí lentamente las palabras de Silvio a Norma. Ella asintió como si conociera cada una de ellas. Dudé por un momento si la persona con la que estuve hablando toda la tarde realmente se trataba de mi hermano perdido, -no fue el caso-, me encontraba realmente en presencia de alguien que desconocía la historia de Silvio. Pregunté una vez más con quién venía acompañado. Norma cambió su semblante. -No te he sido muy sincera, que digamos.- Comentó y se puso sus lentes oscuros. Me sorprendí bastante por su respuesta, tanto que dí unos pasos hacia atrás y caí violentamente por culpa de una rama de un árbol que se alzaba desde el suelo. -¿Quién eres?- Grité. -El sol que tanto has estado buscando – Contestó Norma. – ¿Y por qué hasta ahora? Justo cuando la vida está terminando para mí. Tú, vienes con tus malditos recuerdos a embellecer mi vida; una vida que me dolió tanto vivir, una vida que se me fue de las manos y cuando estaba dispuesto a despedirme de ella vino a consolarme con su hermosa juventud, para enamorarme del segundo antes del minuto, de la sorpresa antes del primer beso.- Contesté y dejé caer las pertenencias de mi hermano. Todo cayó al suelo y nos miramos esperando la respuesta del otro. Asustado salí corriendo hacia casa. Norma me seguía embestidamente, cada vez haciéndose más grande detrás de mí, tomando la forma del ‘sol’ que tanto extrañaba en mis memorias; corrí hasta agotar el oxígeno de mis pulmones, corrí y caí varias veces en el camino, mis manos sangraban, Norma me gritaba para que me detuviera, comencé a sudar como hace muchos años no lo hacía, ya no recordaba la sensación. Al llegar a casa cerré todo con llave. Esperé junto a la ventana y comenzó a salir la luna, era hora de levantarse, sonaron todas las alarmas de la casa.
Luisa bajo del cuarto, con su bata blanca y vistiendo sus hermosas canas. -Carlos, perdóname, no quiero que te vuelvas una tonta pintura, solo estaba molesta contigo, amor.- Exclamó suavemente desde las escaleras. Se acercó lentamente hacia mí. -Siento que me estoy perdiendo, Luisa.- Respondí, casi sin aliento. -Bueno, pues, así es la vida a veces. Tal vez nunca te tuviste, realmente.- Contestó, y sostuvo mi mano con la suya. -¿Entonces, qué más tengo?- Respondí. -Tal vez, una noche más para intentarlo.- Norma tocó a la puerta. -¿Quién es?- Preguntó Luisa al acercarse a la ventana. -No abras. Son mis ‘días’, que vienen a buscarme, a cobrarme la luz que me robé del cielo y sin avisar. Por favor, no le abras.- Luisa sintió el calor detrás de la puerta. -¿Hace mucho calor, no crees?- Dijo. -Sí, mucho calor, ¿te acuerdas? como antes.- Contesté.
Sonreímos al mismo tiempo, y dejamos entrar el sol con su hermoso calor.
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