Rodolfo Higareda.-
Por primera vez en mucho tiempo, este año decidí no ver el tradicional desfile militar del dieciséis de septiembre. Tuve muchas razones para no hacerlo, pero la primera y más fuerte de ellas es que le he perdido todo respeto a las fuerzas armadas del país. Mi animadversión hacia ellas se ha venido alimentando de manera progresiva en los últimos cuatro años; claro está ante sus acciones y omisiones durante este gobierno nefando.
La gota que derramó el vaso, y tal parece que es un sentimiento compartido por la oposición política, es el amenazante discurso que pronunció la semana pasada el secretario de la defensa. En un tono por demás autoritario, se dio licencia para advertir a los miembros de la sociedad mexicana, que estos debe tener un pensamiento único; so pena de ser tachados como colaboracionistas de intereses extranjeros que, según él, amenazan nuestra soberanía (el masiosare famoso). Sin miramientos nos dio a entender que la unidad nacional no se procura preservando la integridad de nuestro Estado nación, sino con un pensamiento único, alineado a los designios del régimen a quien él y el ejército que comanda se deben.
Fue un mensaje no solamente antidemocrático sino fascista, propio de regímenes totalitarios. Nunca pensé escuchar esas palabras porque desde que tengo memoria, eso no había ocurrido en los últimos cincuenta años. Como dije antes, muchos políticos opositores, además de intelectuales y analistas, dieron voces de alarma y reproche. Sin embargo, la militarización en curso va más allá de la seguridad; ya que ahora está presente en prácticamente todos los ámbitos de la vida y las funciones públicas. Y esto último les ha pasado prácticamente de noche a casi todos; ya normalizamos el protagonismo castrense en la distribución de medicamentos, en el control de puertos y aduanas, y en el manejo multimillonario y a discreción de su presupuesto.
Pero no obstante su desmedido poder, las armas que presumen en los desfiles (por cierto nuestra fuerza aérea parece sacada de un museo de la Segunda Guerra Mundial), sirven nada más para lucirlas delante de los amigos comunistas del presidente. Por lo demás, la marina no es capaz siquiera de frenar la piratería en las costas de Campeche; y no puede detener a un narco septuagenario sin que se le venga abajo un helicóptero.
El país está ensangrentado y con niveles de violencia e inseguridad nunca antes vistos; pero ellos están dedicados a convertirse en la nueva clase empresarial y en un sector más del nuevo régimen (el ala político-militar). Nos fuimos para atrás setenta años y no veo forma de que esto se pueda frenar a corto plazo. Ya quiero ver yo al próximo presidente de oposición (digamos dentro de unos ocho o catorce años), pidiéndoles de regreso lo que hoy controlan. Estamos pues en el peor de los mundos: Gobernados por el populismo socialista y bajo la bota de los militares dispuestos a aplastar a cualquiera que se salga del guion que nos están marcando.

La presidencia imperial volvió, y continuará a través de Claudia Sheinbaum hasta en tanto el líder supremo siga con buena salud. Después de eso pudiera volver la alternancia, pero difícilmente los de verde olivo querrán regresarse a sus cuarteles. El dinero y el poder cambian a personas e instituciones.
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